¿Qué ha cambiado en estas últimas tres décadas que me haga volver
a temas que a la mayoría de los mortales probablemente les parecen inútiles?
Primero, que la ciencia y la tecnología han logrado avances increíbles que están
teniendo un gran impacto en la ética, en la religión y en la filosofía y, en
segundo lugar y la razón de ser de esta columna, que Hawking y Mlodinow formulan
y argumentan un par de postulados acerca de los cuales quisiera compartir algunas
reflexiones. Postulados que no son nuevos en el debate filosófico, pero que los
autores ahora defienden con nuevos argumentos científicos y especulativos.
Estos postulados son tan trascendentes para la vida humana y esta vez los
argumentos vienen de un científico de tanto peso -como es Hawking-, que creo no
pueden dejar de ser reflexionados y debatidos en un mundo que busca construir
un futuro mejor.
El primer postulado
¿Qué me llevó al libro? Leí por ahí que en "The Grand Design" Hawking
llega a la conclusión de que la
existencia de Dios no es necesaria para la existencia del universo. Me bastó
con este anzuelo…
Una completa comunidad de científicos viene desde hace décadas intentando
entender el origen del universo, intentando descifrar qué sucedió en los
primeros instantes después del Big Bang y cómo se comporta la materia sometida
a esas condiciones extremas. De eso trata la física de partículas, para eso son
sus billonarias inversiones en aceleradores y colisionadores. Y desde los
tiempos de Einstein la búsqueda de una “teoría
unificada“, aquélla que pueda integrar en forma consistente todas las leyes
fundamentales de la naturaleza en una sola “ley
unificada” (tal como en su momento Maxwell descubre la ley del
Electromagnetismo, la que unificó las leyes de la Electricidad y del
Magnetismo) ha quemado las neuronas de miles de físicos. Por su lado, Hawking
ha querido ir aun más lejos, ha estado intrigado por mucho tiempo con la
pregunta de qué pasó antes del Big Bang, qué dio origen al Big Bang.
En esta larga travesía intelectual los físicos de partículas y los
cosmólogos, en un trabajo colaborativo titánico han ido constatando que la conceptualmente
simple pero a la vez operativamente más compleja de las teorías que se haya elaborado,
la llamada “Teoría M” (o “Teoría de
Súper-Cuerdas”), ofrece respuestas satisfactorias a algunas de las brechas
existentes. En particular, la Teoría M es la primera que sí es capaz de acoger en
forma consistente los dos extremos de la física: el universo a gran escala y el
comportamiento de la naturaleza a escala subatómica. En un extremo obtenemos la
Relatividad General de Einstein y en el otro la Mecánica Cuántica.
Hasta aquí todo bien. Mejor dicho ¡todo demasiado bien! Pues Einstein,
después de su formidable creación de la Teoría General de la Relatividad dedicó
el resto de su vida a buscar solitariamente una teoría unificada que nunca logró
encontrar. Y he aquí entonces el origen de la discusión que queremos sostener: la
misma Teoría M construida a lo largo de estas últimas décadas, que se valida
dando respuesta a algunas preguntas abiertas desde los tiempos de Einstein, a
su vez predice cosas inesperadas e insólitas, no obstante factibles.
En primer lugar, la Teoría M predice que nuestro universo tiene 10
dimensiones espaciales y una dimensión temporal; 7 de las 10 dimensiones
espaciales son microscópicas, están enroscadas y por eso no las percibimos. Nuestra
vida cotidiana se desenvuelve en 4 dimensiones: una temporal y 3 espaciales (me
pregunto si hay gente capaz de percibir alguna de esas otras dimensiones, si parte
de nuestro ser inconsciente o consciente se proyecta en ellas...).
En segundo lugar, y ésta es la evidencia más potente en el hilo
argumental de los autores, esta teoría predice la existencia de infinitos
universos paralelos. Cada uno de estos universos sería el resultado de aplicar
los fundamentos de la mecánica cuántica (“historias de Feynman”) al espacio-tiempo
de 11 dimensiones. Cada posible forma de este espacio-tiempo de 11 dimensiones (por
ejemplo, un espacio-tiempo con 5 dimensiones espaciales extendidas y 6
enroscadas) genera un conjunto diferente de valores para las “constantes
universales” (es decir, la velocidad de la luz “c”, la constante de Newton “G”,
etc), que a su vez son ingredientes claves de las leyes fundamentales de la
naturaleza, pues determinan la intensidad de las fuerzas, las masas de las partículas
elementales que forman la materia, etc y, por consiguiente, determinan la
física y el comportamiento de cada universo. Es decir, esta ley unificada, representada
en la Teoría M, es una suerte de sistema “paramétrico” de leyes fundamentales
de la naturaleza, no obstante, la forma matemática subyacente de estas leyes es
la misma para todos los universos paralelos.
Por otro lado, se sabe (a través de simulaciones computacionales) que
pequeñas alteraciones a los valores de las constantes universales como las
conocemos hoy, pequeños cambios a los valores de este conjunto de parámetros
explícitos en las leyes fundamentales, descalibrarían seriamente al universo, generando
desviaciones considerables en el comportamiento de los fenómenos físicos que
resultarían en un universo muy distinto al que conocemos. Ese universo
“descalibrado” sería incapaz de albergar la vida.
Entonces, el milagro de la vida como la conocemos, esta maravilla
de la Creación de la que somos parte y que para muchos es prueba suficiente de
la existencia de un Dios que diseñó con un propósito, no sería tal. Este
milagro aparente que somos y en el que vivimos sería solo la expresión de una de
esas infinitas instancias de universos que la ley unificada de la naturaleza
permite coexistir. Si realmente existen estas infinitas instancias de universos con una misma ley subyacente entonces no es un milagro que al menos una de éstas permita y albergue el
origen de la vida, la evolución y nuestra propia existencia como seres
inteligentes y conscientes.
Más aun, la misma Teoría M no requiere de un “antes del origen”
del universo, pues en el origen, cuando la inmensidad de la materia del
universo estaba concentrada en un punto y, por consiguiente, cuando los dos
extremos de la física -la Relatividad General y la Mecánica Cuántica- se superponían
en un abrazo cósmico, el tiempo no existía como tal, el tiempo era sólo una
dimensión espacial más.
Por último, los autores especulan que el universo tiene una
energía total igual a cero. Según los autores es probable que la energía
gravitacional negativa del universo compense a todas las otras formas de
energía positiva. Por consiguiente, cada uno de los universos permitidos por la
Teoría M se crearía de la nada, por generación espontánea, sin la necesidad de una
fuente de energía inicial.
En resumen, por todas estas razones, algunas científicas y otras
especulativas, de acuerdo a Hawking & Mlodinow no fue necesaria la acción
de un dios para crear y energizar el universo que habitamos; toda la maravilla
que vemos y sentimos es simplemente una de las infinitas posibilidades que
permite la Teoría M; la creación de estos infinitos universos se produce en
forma espontánea, sin la necesidad de una fuente de energía previa y su
evolución es normada por las leyes fundamentales de la naturaleza.
No obstante contener implícitamente bastante evidencia científica (y
matemática), y aun concediéndole validez a sus especulaciones, la argumentación
esgrimida por los autores para demostrar la no necesidad de la existencia de
Dios para explicar la creación de nuestro universo no es más que retórica. Permítanme
utilizar una analogía: supongamos que llegan los extraterrestres a la Tierra el
año 2025 en búsqueda de vida inteligente y aterrizan en Japón en una fábrica
100% robotizada de automóviles, donde no hay ni un rastro de vida inteligente. Asumiendo
que estos extraterrestres son seres inteligentes (al menos tan inteligentes
como nosotros), ¿sería esperable que su primera conclusión fuese que no fue necesaria
la existencia de vida inteligente para construir esos automóviles, pues los
robóts están regidos por programas computacionales invariantes en el tiempo?
Sin duda que no. Sin duda que la primera pregunta que un ser medianamente
razonable se haría sería ¿quiénes y cómo son los seres inteligentes que construyeron
y programaron esos robóts para que construyeran esos automóviles? (Y
probablemente la segunda pregunta sería ¿y dónde están esos seres inteligentes
ahora?)
La existencia de infinitos universos paralelos no demuestra que la
existencia de Dios sea innecesaria para la existencia de nuestro universo
particular, sino más bien nos hace llevar la pregunta de la existencia de Dios
a un nivel causal anterior.
Volviendo a nuestra analogía, de la misma forma en que los
extraterrestres ante la evidencia de los robóts que explican la existencia de
los automóviles en La Tierra se preguntarían por el origen de los robóts más
que por el origen de los automóviles, ante la posibilidad de infinitos universos
paralelos nos cabe ahora la pregunta: ¿quién es el ser o quiénes son los seres
(infinitamente más inteligentes que nosotros) capaces de construir un sistema
regido por una ley unificada que produce espontáneamente infinitos universos,
cada uno con una manifestación distinta de esta ley unificada, y al menos uno de
esos universos capaz de generar la vida, la evolución y la inteligencia?
Reconocemos que la existencia de infinidad de universos paralelos
es un argumento fuerte para demostrar la no necesidad de la intervención directa
de un creador en la fijación de los valores específicos de las constantes
universales del universo que nos ha tocado habitar. No obstante, esto no
invalida la necesidad de la intervención de un creador (o creadores) en la definición
de la forma matemática de la ley unificada de la naturaleza, esa forma matemática
que es capaz de dar origen a infinitos universos, cada uno con una
manifestación distinta de la misma ley unificada. Y es que sólo gracias a su
particular forma matemática la ley unificada de la naturaleza permite que una
de las infinitas manifestaciones sea justamente el universo que conocemos. Si
la forma matemática de esta ley unificada fuese distinta, el conjunto infinito
de universos que generaría también sería distinto, y no existiría nuestro particular
universo dentro de esas infinitas posibilidades.
Puesto de otra forma: es muy improbable que la ley unificada que
rige la naturaleza sea la que es por mera casualidad. Alguien parece haberla
definido con la compleja estructura matemática que tiene para que en un proceso
de infinita y continua creación (espontánea o no) en uno de sus “intentos”
pudiera dar origen a nuestro universo capaz de generar la evolución, la vida, la
inteligencia y la consciencia.
El segundo postulado
Basándose en la evidencia de la existencia de leyes de la
naturaleza que rigen la evolución de nuestro universo, los autores postulan que
el mundo es determinista, que todo lo
que sucederá en el futuro está determinado en forma única por el presente y por
las leyes fundamentales actuando sobre la naturaleza a partir del presente.
Se infiere de esta afirmación de los autores que no tenemos libre
albedrío, que no podemos afectar el curso de la historia, que todas nuestras
acciones y nuestras decisiones estarían unívocamente determinadas por las leyes
fundamentales de la naturaleza y el estado inicial del universo. Por esta misma
razón entonces tampoco existirían ni el bien ni el mal, ni las
responsabilidades ni los méritos, pues si no tenemos cómo alterar el curso de
los hechos la vida nos lleva como la corriente de un río lleva a un bote sin
remos.
Podríamos aceptar de buena gana este postulado, adoptándolo como
filosofía de vida, incluso como una religión. Sería una excelente excusa para
todas nuestras malas acciones, mediocridades y omisiones.
Lo que no profundizan los autores -y he aquí la primera falencia
de sus argumentos- es que ni la Mecánica Clásica ni la Teoría de la Relatividad
son realmente deterministas (llevadas a ciertos extremos
quiebran el determinismo). Con mucho menor razón lo es la Mecánica Cuántica,
que explícitamente describe los procesos naturales microscópicos como procesos
intrínsecamente estocásticos. La Mecánica Cuántica predice con gran precisión
la evolución de las probabilidades asociadas a los números cuánticos (y en ese
sentido puede pensarse como una teoría “virtualmente
determinista”), pero definitivamente no es determinista a la hora de
predecir los números observables propiamente tales, sino que, por el contrario,
la Mecánica Cuántica entrega sólo un conjunto de probabilidades asociadas al
conjunto de posibles soluciones a sus ecuaciones.
En segundo lugar, el principio de incertidumbre de Heisenberg nos
pone límite a nuestra capacidad de conocer y medir en forma exacta y simultánea
el estado de la naturaleza en todas sus variables observables. Por muy precisas
que sean las predicciones de una teoría, nunca serán exactas en todas las
variables que predicen. Sólo hay teorías con más o menos poder predictivo. Por mucho
que seamos capaces de desarrollar una teoría determinista con alto poder
predictivo, ésta no sería más que una muy buena aproximación a la realidad y,
por lo tanto, no sería una demostración del determinismo de los fenómenos
naturales.
Por último, ¿no es evidente la vivencia que tenemos de libertad de
elección cuando tomamos decisiones? Sería muy paradójico que teniendo una
fuerte sensación de libre albedrío no lo tuviésemos realmente; sería muy
extraño que fuese solo un espejismo. Hay varias otras “sensaciones” o
intuiciones erróneas en el ser humano, ésta no sería la primera entonces, pero estas
paradojas son rarezas improbables. ¿Cuál sería la explicación evolutiva de tal
paradoja?
Entonces, me parece que a diferencia de lo que postulan los
autores, tanto las posibilidades que dejan abiertas las teorías físicas más
aceptadas como nuestra propia evidencia vivencial sugieren que nuestra voluntad
y nuestra libertad de elegir sí son reales, que como seres inteligentes y
conscientes sí podemos influir en el curso de los hechos y en la evolución de
los fenómenos naturales y que enfrentados a varias alternativas sí podemos
libremente “cargar la moneda” de los procesos (estocásticos) más hacia un lado
que hacia otro. Por lo tanto, sí somos en buena medida responsables de nuestras
acciones y decisiones.
Todo esto sucede a nivel microscópico en nuestro cerebro,
gobernado por nuestra mente, donde un sinnúmero de estímulos compiten por la
atención de nuestra voluntad consciente. Es allí donde nuestra libertad
enfrenta al rigor de las leyes fundamentales que gobiernan nuestra naturaleza
corpórea y energética. Es allí donde, mientras más alta la probabilidad de que
los estímulos que bombardean nuestro cuerpo y nuestra mente nos lleven por un
camino, más grande deberá ser la fuerza de voluntad para contrarrestar dicha probabilidad
y poder irnos por un camino diferente. Es para luchar contra nuestra naturaleza
animal corpórea que el ser humano, a diferencia del resto de los animales, se ejercita
en la voluntad, se equipa de ideales y de valores, se educa y se pone metas
consistentes con esos ideales y valores. Estas metas, junto a los valores e
ideales van guiando las acciones y las decisiones libres del hombre. Pero estos
ideales, valores, educación y metas son sólo una buena guía de vida, no
determinan unívocamente las decisiones y las acciones del hombre y, como un
todo, esta guía de vida también es una suscripción voluntaria: podemos
libremente elegir cambiar nuestras creencias religiosas, adscribir a otro
conjunto de valores, o bien no adscribir a nada y “vivir la vida loca”.
Por supuesto que podríamos elegir no intervenir en el curso de los
hechos, dejar a un lado nuestra voluntad, dejarnos llevar por el determinismo
virtual de la Mecánica Cuántica, y que los estímulos más fuertes vayan
determinando las respuestas más probables, vayan definiendo nuestro futuro. En
ese caso nada nos diferenciaría de los animales, de las plantas y de los objetos
inertes que nos rodean.
Existe un territorio aún muy fértil para la ciencia en el estudio
de cómo funciona el proceso de toma de decisiones conscientes del ser humano.
¿Podremos algún día demostrar científicamente la existencia o no del libre
albedrío?
Tal vez el experimento más puro consistiría en analizar muchas
veces cómo una persona en un mismo estado inicial cada vez (incluyendo su edad
y todo el contenido de su memoria), enfrentada exactamente a los mismos
estímulos cada vez, toma sus decisiones. El determinismo llevaría a esta
persona a tomar siempre las mismas decisiones y ejecutar siempre las mismas
acciones. Por otro lado, el libre albedrío llevaría a esta persona a no
tomar siempre las mismas decisiones, comportamiento que debiera quedar
manifiesto especialmente si ponemos a esta persona frente a estímulos que
apuntan con suficiente fuerza contra sus ideales y valores. Por supuesto esto, como
lo planteo aquí, es sólo un Gedankenexperiment, irrealizable. Tal vez hay
formas de simplificar el experimento para hacerlo más realizable, relajando
algunas de las condiciones, pero podríamos terminar anulando su valor
científico.
Otro posible experimento, tal vez realizable, sería estudiar si la
mente y la voluntad del hombre pueden influir en el resultado de un fenómeno
cuántico, “cargando la moneda” de sus probabilidades más para un lado que para
otro. Si esto fuese posible entonces demostraríamos que la mente y la voluntad
del hombre pueden ejercer “libre albedrío
cuántico” (es decir, influir sobre las probabilidades del resultado de
fenómenos microscópicos, más que directamente sobre el resultado de dichos
fenómenos) sobre los estímulos que reciben en el cerebro y, por lo tanto, sobre
las decisiones y las acciones que realizan a partir de esos estímulos.
Por último, si la vivencia de libre albedrío fuese sólo el
resultado de la alta complejidad de nuestro cerebro, como parecen sugerir los
autores, y no la expresión real de la libertad de elegir y decidir frente a
caminos alternativos, deberíamos ser capaces de construir sistemas
suficientemente complejos que mostraran un comportamiento similar al nuestro.
Si estos sistemas están gobernados por leyes totalmente deterministas (como en
el experimento computacional del Juego de la Vida, de Conway), es obvio que no
serán capaces de reproducir el comportamiento humano, el cual está lleno de
incertidumbres, dudas, errores, aprendizajes, arrepentimientos, etc. Por otro lado, si construimos
un sistema complejo gobernado por leyes estocásticas (una versión del Juego de
la Vida, pero con leyes estocásticas), debiera producir resultados más cercanos
al comportamiento humano. Este sistema mostraría cierto nivel de incertidumbre,
no sería totalmente predecible. No obstante, sus respuestas tendrían
distribuciones de probabilidad totalmente definidas, es decir, desde el punto
de vista del determinismo, sería un sistema virtualmente determinista, como la
mecánica cuántica. Pero esto tampoco es lo que observamos en el ser humano. Lo
que observamos en el comportamiento humano está un paso más allá: el ser humano
actúa como un sistema “virtualmente
estocástico”, es decir, las distribuciones de probabilidad de sus decisiones
no son fijas pues él mismo las va alterando tácticamente, haciendo ejercicio de
su libertad.
Por algo los economistas se rompen la cabeza tratando infructuosamente
de entender y predecir el comportamiento del ser humano, pero lamentablemente se
equivocan en el primer postulado básico cuando asumen que éste toma decisiones
racionales. El ser humano definitivamente no actúa como una máquina racional
cuyas respuestas estén siempre determinadas por una lógica preestablecida e
invariante, por un objetivo de maximización de su utilidad, de su felicidad o
de acercarse a un ideal y ejercitar un conjunto de valores. Estos objetivos
existen, pero no sólo van variando en el tiempo, sino que además actúan sólo como
una buena guía para sus decisiones y para sus acciones, pues finalmente sus
decisiones son impredecibles, son no modelables, son libres.
Reflexiones finales
Muchísimo ha avanzado la ciencia en las últimas décadas en la
comprensión de la naturaleza y del universo. Esto se ha traducido en un
tremendo poder para el hombre, como nunca antes provisto de herramientas que le
permiten alterar el curso de la vida, el futuro del planeta y de nuestra propia
especie. El avance de la ciencia es tan rápido que supera con creces nuestra
capacidad de madurar como especie y las que parecen ser herramientas para
mejorar nuestra calidad de vida pueden transformarse en armas mortales, como un revólver en manos de un niño.
Mientras más el hombre comprende la naturaleza más se aleja de
Dios y más se acerca a Dios. Se aleja de Dios porque la religión empieza donde
termina la ciencia y ésta avanza a paso seguro, dejando cada vez menos
explicación de lo que nos rodea en terreno de la religión, como los colonos que
avanzan por la selva y van arrasando con todo en el camino para establecer sus
campamentos. Pero simultáneamente el hombre se acerca a Dios, pues mientras más
avanza la ciencia más nos damos cuenta de la impresionante y misteriosa estructura
matemática del universo, estructura que alguien parece haber dejado programada
para que en infinitos intentos finalmente diera origen a todo lo conocido y a
una creatura capaz de comprender la obra del mismo Creador. Una creatura cuya
curiosidad, vanidad, soberbia y ambición pueden llevarla a su autodestrucción,
o cuya sabiduría y ejercicio de su libre albedrío en pos de un bien superior pueden llevarla a descubrir que los misterios del
universo expresados en la teoría unificada en realidad tienen un sentido
trascendente.