sábado, 8 de diciembre de 2012

Ted o la muerte del sueño americano

¿Será que la falta de oxígeno en la cabina de un Boeing 767 a 10 mil metros de altura me está haciendo delirar un poco más de la cuenta o será que después de meses de extenuante trabajo al fin pudiendo tomar unos días de vacaciones completamente relajado se me ha vuelto a desatar la imaginación? (De hecho, hace tiempo no sentía esa libertad para disfrutar una película a bordo dejándome envolver por su trama mientras el avión me lleva por los aires en esa subjetiva y lúdica experiencia de volar que nunca deja de serme extraña)

Y es que me atrapó Ted (dirigida y coproducida por Seth Mac Farlane) -había oído y leído uno que otro comentario de que la película era divertida pero un poco freak-, que si bien al principio me pareció algo banal y vulgar (¿qué de bueno puede hacer un oso de peluche como protagonista de una película para mayores?) al poco rodar me fue llevando hacia una metáfora que podría ser el mensaje consciente o la intuición inconsciente pero sensible del representante de la inflexión de una era, de una nación que empieza a vivir los síntomas de la natural decadencia que sigue a todo apogeo.

Sí pues, en mi delirante metáfora el oso de peluche, Ted, no es más ni menos que el "sueño americano", ese sueño que se gestó en la infancia ingenua, optimista, llena de fe, de buenas intenciones y de energía, de una nación cuyos valores fundacionales y cuyo crecimiento, éxitos y liderazgo, para bien o para mal, fueron ejemplo, inspiración y esperanza para muchas otras naciones y para millones de seres humanos en el mundo contemporáneo.

Pero el niño, John Bennett, que representa esa nación, inevitablemente crece, se hace adulto, al menos corporalmente, y con él crece también su inseparable peluche Ted, quien adquiere todos los vicios de un adulto licencioso acostumbrado a una vida que se le dio demasiado fácil. A su inseparable dueño los comportamientos y las tentaciones a las que lo invita su hedonista mascota le empiezan a pasar la cuenta y a complicar la vida, le impiden madurar, asumir responsabilidades, desarrollar un trabajo y mantener una relación de pareja...Pero siguen siendo uno para el otro, crecieron el uno para el otro, no se imaginan la vida de otra forma.

Un día un poco escrupuloso y envidioso ciudadano -que en mi metáfora de las alturas suboxigenadas representa a la pujante e imparable China- ya venía "echándole el ojo" a Ted hace buen rato, intenta arrebatarle a John su mascota y en un forcejeo de película el pobre peluche termina partido en dos...muere la mascota, mueren esos sueños de infancia, muere la amistad incondicional, la esperanza...muere el sueño americano, secuestrado por esa China que surge a todo vapor, que quiere ser al menos en lo material como a quienes al parecer más admira (se proyecta que el 2016 la economía china superará en tamaño a la de EEUU, acabando con más de un siglo de supremacía norteamericana).

Hasta aquí la metáfora me tenía completamente atrapado. Lo que sucedió a continuación en la película fue altamente decepcionante, digno del que no quiere enfrentar la realidad y no acepta que las cosas han cambiado para siempre, y que, por lo tanto, no entiende que la supervivencia no está en aferrarse a los sueños del pasado que nos trajeron prosperidad, sino que, llegado el momento, en ser capaces de crear nuevos sueños que nos vuelvan a inspirar, nos llenen de energía y fe y nos hagan sacar lo máximo de nosotros mismos en los nuevos tiempos, en el nuevo contexto, en el nuevo paradigma.

Un final de Hollywood que no venía al caso (perdonen los que no la han visto: Ted termina resucitando después de un duro y triste velorio y de los incansables ruegos metafísicos de la novia de Bennett); un muy mal final para una película que podría haber dejado una propuesta poderosa para los tiempos que corren en la nación del norte. Pues la realidad es que ya no habrá más final de Hollywood para los EEUU. Más le vale al país que ha marcado indeleblemente el curso de la historia del último siglo, que ahora empiece a reinventarse y a crear un nuevo sueño para sus ciudadanos, ajustado al nuevo contexto mundial, o terminará cayendo en una espiral dolorosa e irreversible de deterioro creciente que durará décadas.

Y luego de esta gran decepción, cuando ya el piloto anuncia el descenso, me quedo pensando que a nosotros, como individuos, nos pasa lo mismo que a las naciones, a las empresas y a las organizaciones en general: llegando a la medianía de nuestras vidas, aunque sea en el apogeo y en la prosperidad, o nos reinventamos o quedaremos flotando a la deriva sobre los océanos de la historia, siendo más temprano que tarde inevitablemente arrastrados a la orilla por los imparables vientos y las constantes olas de los nuevos tiempos...