domingo, 9 de septiembre de 2012

Aportando un grano de arena a la descongestión urbana

El 10 de febrero del 2007 marcó un hito oscuro en la historia del transporte público de Chile. Ese día se inauguraba el Transantiago, proyecto ambicioso, necesario y bien inspirado, pero con profundos errores de diseño e implementación. Su desastrosa puesta en marcha hizo tambalear al gobierno de Bachelet, hirió la imagen de Sonda y hundió en la vergüenza al Bambam Zamorano, pero, por sobre todo, produjo inmensos dolores de cabeza, hizo sufrir y perder el tiempo (e incluso perder el trabajo) a miles de chilenos y, probablemente, explica en buena medida por qué la Concertación perdió la reelección el 2009 -el electorado terminó castigando la ineficacia de un gobierno empático, pero que técnicamente dejó bastante que desear-. Y a los 7 años de su lanzamiento, el Transantiago le ha significado a Chile un desembolso de cerca de 10.000 MMUS$ (para que tengamos una idea de las proporciones, ese dinero corresponde aproximadamente a 8 veces lo que recaudará la reforma tributaria el próximo año, dos veces lo que costaría realizar un viaje tripulado a Marte o 1.5 veces la fortuna que amasó Steve Jobs...)

No es difícil entender entonces la mala imagen de marca que aún arrastra el Transantiago y por qué mucha gente "le hace el quite" o simplemente nunca siquiera le ha dado una oportunidad. Aquéllos que pueden mantener un auto prefieren aferrarse a éste antes que entregarse al mal reputado sistema de transporte público. Es así entonces cómo vemos crecer el parque automotriz descontroladamente, congestionando Santiago hasta que probablemente en un par de años más lleguemos al punto de inutilizar la otrora excelente infraestructura de carreteras urbanas.

Yo me contaba entre los que no daba un centavo por el Transantiago...hasta hace algunos meses. Sí, hace algunos meses sufrí la restricción vehicular, que me dejó de "patitas en la calle" un día viernes. Hace algunos meses también oí al ministro de transportes en televisión hablando de cuánto había mejorado el servicio del Transantiago en el último tiempo. Y desde hace algunos meses estaba sufriendo como nunca la congestión vehicular, acentuada por la instalación de un nuevo colegio en el barrio. Pero, lo que definitivamente gatilló mi cambio de "mindset" fue la observación de que al menos el 90% de los miles de autos que circulan por estos barrios a las horas de más congestión lo hacen con una sola persona en su interior. Un conductor manejando como zombi, inerte y resignado al ritmo latente de 15kms/hr, contribuyendo generosamente al calentamiento global, a la contaminación del aire y a los intereses de las petroleras. Mientras, en el universo paralelo y solitario de su desocupada cabina vehicular, ingiere la anestesia aislante del iPod, la radio y el celular, generando inconscientemente una patética puesta en escena de la desinteligencia colectiva del sistema de transporte urbano privado.

Entonces, decidí darle una oportunidad al vapuleado transporte público...

Nervioso, asustado, inepto, como alguien "en su primera vez" (al menos primera vez en casi dos décadas), me armé de valor ese día viernes, tomé una tarjeta bip! y me fui a la aventura...Esa primera vez iba sicológicamente preparado para todo: para una cola y una espera eternas en el paradero, para irme parado en el pasillo o colgando de la puerta, para el vil ataque de un flaite, etc.

Grande fue mi sorpresa cuando nada de lo anterior sucedió: esperé no más de 10 minutos en el paradero, me fui sentado todo el viaje y no me atacó un flaite...Y ha sido así todos los meses en que he estado usando el sistema uno o más días a la semana desde esa primera vez. Y será que mis expectativas eran tan bajas, que la congestión ha deteriorado tanto la calidad del transporte en auto o que efectivamente el sistema público ha mejorado considerablemente durante el último tiempo, pero en estos meses he descubierto además una serie de virtudes del Transantiago que ni se me había ocurrido evaluar, como, por ejemplo: el poder aprovechar mucho mejor el tiempo de viaje de ida y vuelta al trabajo para leer, navegar por internet y contestar esos emails pendientes; el hecho de ahorrarse decenas de miles de pesos al mes en bencina y en tag; el reducir el riesgo de choques y el hecho de poder comenzar el día de trabajo más relajado y descansado, sin el estrés que provoca el atravesar la ciudad manejando en esa congestión insufrible de las horas punta. Y, como "guinda de la torta", el jueves pasado, de vuelta del trabajo, me encontré con mi hijo volviendo de la universidad...


Bueno, ahora que parece que está arreglado el sistema, ¿habrá llegado acaso el momento de que el electorado castigue la falta de empatía de un gobierno técnicamente eficaz, pero que políticamente ha dejado harto que desear?

Mientras tanto, a los que no hayan probado el Transantiago: los invito a evaluar sus virtudes y a olvidar los temores, pues ¡esta cosa funciona! 

¡Nos vemos a bordo!