sábado, 8 de diciembre de 2012

Ted o la muerte del sueño americano

¿Será que la falta de oxígeno en la cabina de un Boeing 767 a 10 mil metros de altura me está haciendo delirar un poco más de la cuenta o será que después de meses de extenuante trabajo al fin pudiendo tomar unos días de vacaciones completamente relajado se me ha vuelto a desatar la imaginación? (De hecho, hace tiempo no sentía esa libertad para disfrutar una película a bordo dejándome envolver por su trama mientras el avión me lleva por los aires en esa subjetiva y lúdica experiencia de volar que nunca deja de serme extraña)

Y es que me atrapó Ted (dirigida y coproducida por Seth Mac Farlane) -había oído y leído uno que otro comentario de que la película era divertida pero un poco freak-, que si bien al principio me pareció algo banal y vulgar (¿qué de bueno puede hacer un oso de peluche como protagonista de una película para mayores?) al poco rodar me fue llevando hacia una metáfora que podría ser el mensaje consciente o la intuición inconsciente pero sensible del representante de la inflexión de una era, de una nación que empieza a vivir los síntomas de la natural decadencia que sigue a todo apogeo.

Sí pues, en mi delirante metáfora el oso de peluche, Ted, no es más ni menos que el "sueño americano", ese sueño que se gestó en la infancia ingenua, optimista, llena de fe, de buenas intenciones y de energía, de una nación cuyos valores fundacionales y cuyo crecimiento, éxitos y liderazgo, para bien o para mal, fueron ejemplo, inspiración y esperanza para muchas otras naciones y para millones de seres humanos en el mundo contemporáneo.

Pero el niño, John Bennett, que representa esa nación, inevitablemente crece, se hace adulto, al menos corporalmente, y con él crece también su inseparable peluche Ted, quien adquiere todos los vicios de un adulto licencioso acostumbrado a una vida que se le dio demasiado fácil. A su inseparable dueño los comportamientos y las tentaciones a las que lo invita su hedonista mascota le empiezan a pasar la cuenta y a complicar la vida, le impiden madurar, asumir responsabilidades, desarrollar un trabajo y mantener una relación de pareja...Pero siguen siendo uno para el otro, crecieron el uno para el otro, no se imaginan la vida de otra forma.

Un día un poco escrupuloso y envidioso ciudadano -que en mi metáfora de las alturas suboxigenadas representa a la pujante e imparable China- ya venía "echándole el ojo" a Ted hace buen rato, intenta arrebatarle a John su mascota y en un forcejeo de película el pobre peluche termina partido en dos...muere la mascota, mueren esos sueños de infancia, muere la amistad incondicional, la esperanza...muere el sueño americano, secuestrado por esa China que surge a todo vapor, que quiere ser al menos en lo material como a quienes al parecer más admira (se proyecta que el 2016 la economía china superará en tamaño a la de EEUU, acabando con más de un siglo de supremacía norteamericana).

Hasta aquí la metáfora me tenía completamente atrapado. Lo que sucedió a continuación en la película fue altamente decepcionante, digno del que no quiere enfrentar la realidad y no acepta que las cosas han cambiado para siempre, y que, por lo tanto, no entiende que la supervivencia no está en aferrarse a los sueños del pasado que nos trajeron prosperidad, sino que, llegado el momento, en ser capaces de crear nuevos sueños que nos vuelvan a inspirar, nos llenen de energía y fe y nos hagan sacar lo máximo de nosotros mismos en los nuevos tiempos, en el nuevo contexto, en el nuevo paradigma.

Un final de Hollywood que no venía al caso (perdonen los que no la han visto: Ted termina resucitando después de un duro y triste velorio y de los incansables ruegos metafísicos de la novia de Bennett); un muy mal final para una película que podría haber dejado una propuesta poderosa para los tiempos que corren en la nación del norte. Pues la realidad es que ya no habrá más final de Hollywood para los EEUU. Más le vale al país que ha marcado indeleblemente el curso de la historia del último siglo, que ahora empiece a reinventarse y a crear un nuevo sueño para sus ciudadanos, ajustado al nuevo contexto mundial, o terminará cayendo en una espiral dolorosa e irreversible de deterioro creciente que durará décadas.

Y luego de esta gran decepción, cuando ya el piloto anuncia el descenso, me quedo pensando que a nosotros, como individuos, nos pasa lo mismo que a las naciones, a las empresas y a las organizaciones en general: llegando a la medianía de nuestras vidas, aunque sea en el apogeo y en la prosperidad, o nos reinventamos o quedaremos flotando a la deriva sobre los océanos de la historia, siendo más temprano que tarde inevitablemente arrastrados a la orilla por los imparables vientos y las constantes olas de los nuevos tiempos...

domingo, 9 de septiembre de 2012

Aportando un grano de arena a la descongestión urbana

El 10 de febrero del 2007 marcó un hito oscuro en la historia del transporte público de Chile. Ese día se inauguraba el Transantiago, proyecto ambicioso, necesario y bien inspirado, pero con profundos errores de diseño e implementación. Su desastrosa puesta en marcha hizo tambalear al gobierno de Bachelet, hirió la imagen de Sonda y hundió en la vergüenza al Bambam Zamorano, pero, por sobre todo, produjo inmensos dolores de cabeza, hizo sufrir y perder el tiempo (e incluso perder el trabajo) a miles de chilenos y, probablemente, explica en buena medida por qué la Concertación perdió la reelección el 2009 -el electorado terminó castigando la ineficacia de un gobierno empático, pero que técnicamente dejó bastante que desear-. Y a los 7 años de su lanzamiento, el Transantiago le ha significado a Chile un desembolso de cerca de 10.000 MMUS$ (para que tengamos una idea de las proporciones, ese dinero corresponde aproximadamente a 8 veces lo que recaudará la reforma tributaria el próximo año, dos veces lo que costaría realizar un viaje tripulado a Marte o 1.5 veces la fortuna que amasó Steve Jobs...)

No es difícil entender entonces la mala imagen de marca que aún arrastra el Transantiago y por qué mucha gente "le hace el quite" o simplemente nunca siquiera le ha dado una oportunidad. Aquéllos que pueden mantener un auto prefieren aferrarse a éste antes que entregarse al mal reputado sistema de transporte público. Es así entonces cómo vemos crecer el parque automotriz descontroladamente, congestionando Santiago hasta que probablemente en un par de años más lleguemos al punto de inutilizar la otrora excelente infraestructura de carreteras urbanas.

Yo me contaba entre los que no daba un centavo por el Transantiago...hasta hace algunos meses. Sí, hace algunos meses sufrí la restricción vehicular, que me dejó de "patitas en la calle" un día viernes. Hace algunos meses también oí al ministro de transportes en televisión hablando de cuánto había mejorado el servicio del Transantiago en el último tiempo. Y desde hace algunos meses estaba sufriendo como nunca la congestión vehicular, acentuada por la instalación de un nuevo colegio en el barrio. Pero, lo que definitivamente gatilló mi cambio de "mindset" fue la observación de que al menos el 90% de los miles de autos que circulan por estos barrios a las horas de más congestión lo hacen con una sola persona en su interior. Un conductor manejando como zombi, inerte y resignado al ritmo latente de 15kms/hr, contribuyendo generosamente al calentamiento global, a la contaminación del aire y a los intereses de las petroleras. Mientras, en el universo paralelo y solitario de su desocupada cabina vehicular, ingiere la anestesia aislante del iPod, la radio y el celular, generando inconscientemente una patética puesta en escena de la desinteligencia colectiva del sistema de transporte urbano privado.

Entonces, decidí darle una oportunidad al vapuleado transporte público...

Nervioso, asustado, inepto, como alguien "en su primera vez" (al menos primera vez en casi dos décadas), me armé de valor ese día viernes, tomé una tarjeta bip! y me fui a la aventura...Esa primera vez iba sicológicamente preparado para todo: para una cola y una espera eternas en el paradero, para irme parado en el pasillo o colgando de la puerta, para el vil ataque de un flaite, etc.

Grande fue mi sorpresa cuando nada de lo anterior sucedió: esperé no más de 10 minutos en el paradero, me fui sentado todo el viaje y no me atacó un flaite...Y ha sido así todos los meses en que he estado usando el sistema uno o más días a la semana desde esa primera vez. Y será que mis expectativas eran tan bajas, que la congestión ha deteriorado tanto la calidad del transporte en auto o que efectivamente el sistema público ha mejorado considerablemente durante el último tiempo, pero en estos meses he descubierto además una serie de virtudes del Transantiago que ni se me había ocurrido evaluar, como, por ejemplo: el poder aprovechar mucho mejor el tiempo de viaje de ida y vuelta al trabajo para leer, navegar por internet y contestar esos emails pendientes; el hecho de ahorrarse decenas de miles de pesos al mes en bencina y en tag; el reducir el riesgo de choques y el hecho de poder comenzar el día de trabajo más relajado y descansado, sin el estrés que provoca el atravesar la ciudad manejando en esa congestión insufrible de las horas punta. Y, como "guinda de la torta", el jueves pasado, de vuelta del trabajo, me encontré con mi hijo volviendo de la universidad...


Bueno, ahora que parece que está arreglado el sistema, ¿habrá llegado acaso el momento de que el electorado castigue la falta de empatía de un gobierno técnicamente eficaz, pero que políticamente ha dejado harto que desear?

Mientras tanto, a los que no hayan probado el Transantiago: los invito a evaluar sus virtudes y a olvidar los temores, pues ¡esta cosa funciona! 

¡Nos vemos a bordo!

sábado, 11 de febrero de 2012

¿Camino a la prosperidad iletrada?


Playas, riberas y parques llenos de desechos, esclavitud por endeudamiento, adicción a la comida chatarra, al alcohol y a las drogas, ciudades tapizadas de grafitis, desprecio por los bienes y patrimonios públicos, desprecio por la historia, la cultura y el lenguaje, 70% de incomprensión de lectura, el apedreo como monólogo y permanente forma de expresión, recursos naturales depredados, daño irreversible al medio ambiente, desprecio por los derechos del vecino, asfixia por contaminación ambiental, tacos infernales, el culto de lo antiestético, la tolerancia de lo decadente, en fin, las enfermedades y consecuencias de la voracidad del hombre en su más libre y empoderada expresión podrían ser el end game de una sociedad que avanza a paso firme a un choque frontal entre desarrollo económico y subdesarrollo cultural.



Y es que al paso que vamos cuando alcancemos los 20.000US$ de ingreso per cápita que nos transformarán de un día para otro, milagrosamente, en ese tan anhelado "país desarrollado", ése con el que nuestros padres y abuelos sólo pudieron soñar, ése que yace allí en el futuro cercano como la gran zanahoria que energiza nuestras motivaciones, como la gran meta que parece justificar cualquier decadencia, en ese mismo momento de gloria para este "país emergente" que dejará de serlo, las hordas terminarán de salir a las calles, terminarán de destruir lo que se pueda destruir, ese día terminaremos de depredar los paisajes. Desde ese momento no habrá mucho más de qué sentirse orgullosos, ni de las hermosas playas, lagos y ríos, ni de los parques nacionales inmaculados, ni de la paz social y la estable democracia; y del lenguaje qué hablar, o aprendemos todos a comunicarnos a pedradas y a golpes o ya no podremos escucharnos; y de lo poco que nos queda de hospitalarios, ya no nos quedará nada...

Sí pues, mientras la economía nacional crece al 6% anual parece que la educación nacional retrocede al 12% anual.

No es sólo tarea de gobernantes, legisladores, instituciones, profesores y alumnos, es también tarea de todos los ciudadanos tomar consciencia en forma urgente, de que el dinero sin educación, sin cultura, sin respeto, sin dignidad y sin gusto, es como un arma en manos de un niño. La educación no sólo se recibe, también se busca, se cultiva, se imita, se aprende y se comparte.

Hagamos de éste un país desarrollado, pero en todo el amplio sentido de la palabra.

lunes, 30 de enero de 2012

La saturación informativa, el cambio de paradigma y la singularidad tecnológica

1.     Los síntomas

21:00 hrs, el cerebro bombardeado, sobre-informado, sobrepasado, agotado, paralizado…

Al final de uno de esos días “excesivos” -que parecen estar haciéndose cada vez más frecuentes-, el cerebro ya no da ni para leer el email (un doble click te involucraría y obligaría a seguir procesando información, así que es mejor mantenerlo en la carpeta "no leídos" para el día siguiente, o para algún día…), ni para escuchar al jefe, ni para leer el diario; ni siquiera para actividades tan banales como Facebook o para ver la TV abierta queda ya una sola neurona palpitante (¡que para seguir la mayoría de la televisión abierta sería suficiente!).

Como reacción instintiva al creciente torrente de información que exige un creciente volumen de decisiones, las corporaciones han ido cayendo en el síndrome de la "reunionitis", ese exceso de convocatoria a un exceso de reuniones donde cada individuo pasa a ser un aporte insignificante al todo. Para qué hablar de la presencia ausente de la mitad de los participantes que a través de sus smartphones o tablets están en cualquier lugar menos en la reunión.

Y no se libra el resto de los ámbitos sociales de los estragos que están produciendo la fiebre de Internet, la híper-información y la híper-conectividad: caen dictaduras por doquier; se organizan movilizaciones a la velocidad de la luz; nuestros niños pasan parte importante de la noche en el ciberespacio y llegan muertos de sueño o sobre-estimulados a clases y sin capacidad de concentración (y la única solución que “el sistema” ha sabido dar es el Ritalin…); se  hace cada vez más difícil convocar a la familia en torno a la mesa y no es extraño discutir con tu pareja porque tu cerebro está en el ciberespacio o porque metiste a otra u otro en su cama (me refiero a la Blackberry o al iPad). Estamos cada vez más interconectados, cada vez más cerca de los más lejanos, pero cada vez más lejos de los más cercanos. La educación ya no educa para los tiempos actuales, la historia y la cultura pierden interés, la religión ya no convence y la democracia ya no representa…

Sí pues, tal como la conocemos hoy y con todo el respeto que nos merece, parece que nuestra amiga democracia o perdió el tren del progreso o le ha llegado repentina e inesperadamente la menopausia y nos está pidiendo a gritos un “fashion emergency”. No se ha puesto al día a la velocidad que exigen los tiempos. La juventud ya no se siente representada por políticos obsoletos y “desconectados”, por un sistema de lenta reacción, lleno de intermediarios, que no es capaz de escuchar, entender ni responder en forma directa e inmediata a sus demandas e ideas -como sí lo pueden hacer Google, Twitter, Facebook y tantos otros en el ciberespacio-, por un método electoral que sólo es capaz de capturar un par de segmentos de la sociedad -mientras la Internet es capaz de registrar, reconocer y responder a billones por nombre, apellido, gustos, redes, patrones de consumo, etc-, que para expresar nuestra opinión (¡y una sola opinión!) aún nos exige bloquear un día entero del calendario, desplazarnos físicamente varios kilómetros, escondernos tras una cortina para marcar nuestra preferencia con un lápiz sobre un trozo de cartulina, depositar el voto en una caja de madera o cartón y, como si fuese poco, antes de retirarnos, estampar nuestra huella dactilar y salir con el dedo manchado en tinta…No es sorprendente entonces ver tantos países desarrollados y en vías de desarrollo con gobernantes de popularidad tendiente a cero y a la vez sin nadie que les compita. Hace dos décadas decepcionó el comunismo y cayeron la mayoría de sus regímenes dictatoriales para convertirse al capitalismo; hoy decepciona el capitalismo, incluyendo sus versiones más socialistas. Y se nos acabaron los sistemas…(el original pero quizá irreplicable comunismo capitalista de China, con su libertad de emprendimiento enmarcada en una fuerte dictadura de control y planificación central parece ser una excepción, al menos parece tener cuerda para rato, generando por décadas prosperidad ininterrumpidamente creciente y pragmáticamente dosificando la entrega de libertades individuales para mantener la presión controlada).

2.     El diagnóstico

Sin lugar a dudas estamos sufriendo una acelerada, profunda y trascendente transformación, producto de las nuevas tecnologías y su impacto en la forma en que nos informamos, aprendemos, nos comunicamos e interactuamos. Se trata de un cambio de paradigma para la humanidad, que está afectando incluso la forma en que se desarrolla y funciona nuestro cerebro (para una mirada poco optimista, pero científicamente informada de esto leer Nicholas Carr, “The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains”).

No sería la primera vez que la humanidad se ve enfrentada a un cambio de paradigma autoprovocado por su impulso de conquista y de dominio, por su ambición y su voracidad, pero también por su legítimo deseo de progreso, de resolver el problema vital y mejorar continuamente la calidad de vida. Y no es la primera vez que la humanidad sufre por los grandes ajustes que esto conlleva. En cada una de las grandes transiciones de la humanidad y con cada gran innovación ha habido ganadores y perdedores, sin duda. El Homo Sapiens eliminó al Neanderthal (según la teoría de Jared Diamond), la civilización europea arrasó con la americana, los fabricantes de autos arrasaron con los fabricantes de carruajes, la fotografía digital de Fuji llevó a la quiebra a Kodak, etc

No obstante, la historia nos enseña que en la mayoría de los casos la humanidad ha salido fortalecida de estas grandes transiciones. En general el hombre, como especie, se ha adaptado a los nuevos paradigmas, ha sabido y ha tenido que desarrollar nuevas habilidades e incorporar nuevos valores que han ido haciendo a la sociedad cada vez mejor desde el punto de vista de la libertad, la justicia, la participación, la ciencia, la tecnología y la calidad de vida en general (una de las obvias excepciones fue la transición hacia la Edad Media, que le produjo a la civilización occidental un retroceso de siglos). Muchos piensan, sin embargo, que la sociedad está cada vez peor. Esto puede ser efectivo en intervalos de tiempo cortos, de algunas décadas, pero a ellos los invito a mirar la historia desde una perspectiva de más largo plazo y a ponerse en el lugar de las mayorías menos afortunadas, no de las minorías privilegiadas que escribieron la historia feliz de cada época.

Por muy positivo que en general hayan sido los cambios de paradigma para el progreso de la humanidad, todo parece indicar que esta vez el fenómeno se nos viene especialmente grande y difícil, con algunas características que no tienen precedentes en la historia. Sorprendentemente, desde hace medio siglo ya algunos preveían lo que se nos venía.

En 1958 Stanislaw Ulam y John von Neumann (http://www.maa.org/devlin/devlin_04_09.htmlhttp://en.wikipedia.org/wiki/Accelerating_change, etc) especularon sobre el impacto que tendría la velocidad creciente del desarrollo tecnológico, que parecía estar llevando a la humanidad a una "singularidad tecnológica”, un punto más allá del cual la humanidad no sería capaz de ponerse al día con las nuevas tecnologías y no podría subsistir en la forma que conocemos.

En 1970 Alvin Toffler especuló y predijo (en su best seller "Future Shock") que no estábamos preparados como individuos ni como sociedad para enfrentar los problemas generados por un exceso de información y de cambios, gatillados por una nueva fuerza actuando en la historia, que él denominó el "impulso de aceleración". La sumisión del ser humano al estrés del exceso de decisiones y de cambios y a la sobre-estimulación sensorial y cognitiva, lo llevarían a la desorientación, al "shock futuro". Toffler discutía la necesidad de prepararse como sociedad y establecer un control colectivo del avance tecnológico...Y recordemos que en el año 1970 Toffler no vivía todavía siquiera el fenómeno de Internet, la revolución de las telecomunicaciones y la híper-conectividad.


En 1983 Gerald Hawkins profundiza las ideas de Ulam y von Neumann, creando el concepto de "mindsteps" o "saltos mentales” (G Hawkins: "Mindsetps to the Cosmos…”). Según Hawkins cada mindstep lleva irreversiblemente a la humanidad a un nuevo paradigma, a una nueva forma de pensar y comprender su relación con el cosmos. Algunos de estos mindsteps fueron las invenciones del telescopio, la televisión y el computador. Hawkins pudo ajustar una serie de tiempo a las fechas en que surgieron los mindsteps en la historia, lo que le permitió establecer dos cosas: (1) que los mindsteps suceden a una frecuencia creciente y (2), que el año 2053 la serie alcanzaría un límite, una singularidad, un momento a partir del cual los mindsteps comenzarían a sucederse sin intervalos de tiempo, sin descanso.

Sin duda algunos de los síntomas y cambios que hemos descrito aquí pueden asociarse a un mindstep, conformado en gran parte por la invención de Internet, los computadores personales y los dispositivos móviles inteligentes, que está revolucionando la relación entre las personas y los gobiernos, la distribución y el acceso al conocimiento y a la información, la velocidad de avance de las ciencias y tecnologías, la estructura de la economía, etc.

Entre fines de los 90 y principios de este siglo Peter Lyman y Hal Varian (en "How much information?" http://ow.ly/8eXjy) estudiaron el crecimiento del volumen de información producido globalmente. Llegaron a la conclusión de que la producción de nueva información crecía 30% anualmente (a las tasas del año 2000 esto equivalía a casi 1GB de información nueva por habitante cada año). En otras palabras ¡cada 3 años se duplica la tasa de producción de nueva información en el mundo! La nueva información crece diez veces más que las economías y mucho más que casi cualquier otra cosa que produce la humanidad.

Es comprensible entonces el cada vez menor interés que mostramos y el cada vez menor tiempo que dedicamos a estudiar y entender la historia, a consumir cultura, a cuidar el legado de nuestros antepasados, etc. Y esto sólo puede seguir empeorando, dado que en cada vez menor tiempo el mundo duplica la información y el conocimiento acumulados en toda la historia de la humanidad. En un par de meses una nueva tecnología puede producir tal impacto en nuestras vidas que se hace mucho más atractivo, más necesario y cada vez más urgente dedicar recursos y tiempo a abordar y entender esa nueva tecnología que a seguir preocupado por las cosas del pasado.

El colapso que estamos sintiendo como individuos y como sociedad y que probablemente sentiremos con cada vez mayor intensidad, se entiende en buena medida porque las capacidades biológicas, sicológicas, políticas y organizacionales que nos permiten procesar toda esta nueva información y de absorber toda la nueva tecnología y ciencia que nos bombardea con gigantescas tasas de crecimiento, están lejos de poder cambiar, adaptarse y crecer a esa misma velocidad. Un estudio reciente de Roger Bohn y James Short (http://ow.ly/8f1uN) muestra que entre 1980 y 2008 la tasa de consumo de información creció anualmente sólo a razón de 2.6% en horas (razonable, pues tenemos un número bastante limitado de horas al día) y a razón de 5.6% anual si se mide en bytes, lo que es considerable (el consumo medido en bytes se ha triplicado en 28 años), pero no llega ni a un quinto de la tasa de crecimiento anual con la que se produce la nueva información.

La evidencia cuantitativa y cualitativa entonces respalda el diagnóstico de que: (1) estamos sufriendo un cambio de paradigma o “mindstep” que nos está enfrentando a pruebas extremas y para el cual nuestras capacidades quedaron cortas; (2) este cambio de paradigma está ya en la zona de “alta pendiente” que nos lleva acelerada e inevitablemente a la “singularidad tecnológica” y (3) esta singularidad podría estar más cerca que lo que G. Hawkins predijo, pues la velocidad actual con la que se están introduciendo nuevas tecnologías y descubrimientos científicos trascendentales es tan alta (basta constatar los más relevantes de la última década) que ya vemos generaciones enteras que están siendo excluidas o quedando desorientadas.

3.     El pronóstico

Es natural hacerse entonces algunas preguntas. Se me vienen a la mente varias obvias: ¿Lograremos subsistir como sociedad? Si la respuesta fuere afirmativa, ¿cómo será esa sociedad post-singularidad? ¿Lograré yo ser parte de esa sociedad o quedaré marginado? ¿Qué características y capacidades deberá tener el ciudadano post-singularidad? ¿Puedo yo adquirir esas habilidades?

Es probable que la humanidad subsista a la singularidad, al menos por un buen tiempo, si logramos seguir controlando -y ojalá reduciendo- los altos riesgos que nosotros mismos nos hemos provocado y que nos han llevado a un equilibrio global inestable, pero además debemos lograr revertir el avance de algunos riesgos todavía fuera de nuestro control, como los del calentamiento global, que de otra manera infligirán un serio detrimento en nuestra calidad de vida y pondrán en jaque nuestra supervivencia.

No obstante, como cada nuevo cambio de paradigma nos dará menos tiempo para adaptarnos, a medida que nos acerquemos a la singularidad tecnológica la exigencia de nuevas y desconocidas habilidades individuales, conocimientos y capacidades sociales necesarias para no quedar marginados como individuos y seguir funcionando como sociedad nos llevará a un proceso continuo de selección y evolución social, a la Darwin. En este proceso aquellos individuos que no nacieron con las nuevas habilidades requeridas o que no se preocupen de adquirirlas rápidamente, simplemente quedarán socialmente marginados y serán reemplazados por aquéllos que tuvieron la fortuna de nacer con dichas capacidades o de querer y alcanzar a entrenarlas a tiempo, si es que éstas son entrenables. 


Al igual que los individuos, las sociedades que no estén abiertas y preparadas para adquirir rápidamente las nuevas capacidades necesarias caerán cada vez más aceleradamente en el caos y la pobreza y serán marginadas del desarrollo económico y político mundial. No hay para qué mirar al futuro para constatar que este fenómeno, aunque a un ritmo todavía lento, está sucediendo desde hace décadas: países que se negaron a la apertura económica, a la innovación, a la modernización de sus estados, a la concesión de libertades individuales e igualdad de oportunidades, a invertir en educar bien a sus ciudadanos, etc, quedaron marginados del desarrollo económico y político y limitaron por décadas la prosperidad y calidad de vida de sus ciudadanos.

4.     Posibles caminos y tratamientos

Un posible camino para enfrentar lo que se nos viene es aceptar que la singularidad tecnológica es inevitable y prepararnos para eso. Dado que al parecer ya estamos muy cerca de la singularidad, este camino es el más probable y requiere de una medicina bastante fuerte.

Es paradojal que en el contexto de la singularidad tecnológica no será útil ni eficiente entrenar profundamente muchas nuevas habilidades individuales y menos en los plazos que nos tomamos actualmente, pues estas nuevas habilidades quedarán obsoletas cada vez más rápidamente. Sólo hará sentido adquirir algunas de estas nuevas habilidades muy rápidamente y, por consiguiente, en forma no muy profunda.

Se infiere de esta línea de razonamiento que una de nuestras actuales capacidades, tal vez poco y mal entrenada, pasará a tomar un rol protagónico y valdrá la pena fortalecer en forma sistemática. Se trata de “la madre de todas las capacidades”: la capacidad de reconocer y adquirir rápidamente nuevas habilidades y conocimientos relevantes para enfrentar exitosamente nuevos contextos. Esa plasticidad cerebral, esa apertura y flexibilidad mental, sicológica y cultural, ese carácter y criterio que nos permiten reconocer la necesidad, seleccionar e incorporar ágilmente las nuevas habilidades y conocimientos que son relevantes para adaptarnos a nuevos contextos y demandas, a nuevos desafíos y entornos, harán la diferencia entre la subsistencia exitosa y la marginalidad. Un desafío similar tendrán los estados y la sociedad como un todo.

Es evidente entonces la brecha que se ha generado en nuestro sistema educacional “mainstream” tanto escolar como universitario en el contexto del cambio de paradigma, con metodologías de hace décadas (que aunque se disfracen con tecnología contemporánea siguen siendo metodologías obsoletas) que implantan a la fuerza contenidos del siglo XVIII y no entregan herramientas ni forman el carácter para convertir la mente en una fuente permanente de adaptabilidad y de adquisición ágil de nuevas habilidades; más bien se las arreglan para rigidizar la mente de los educandos. Claramente seguimos necesitando una revolución en la educación; no se trata solo de un problema de calidad, financiamiento y acceso.

El desafío va mucho más lejos, pues debemos mantener esa capacidad de adquirir nuevas habilidades durante toda nuestra vida si no queremos caer en la marginalidad a temprana edad. Difícil desafío sabiendo que nuestra mente se va rigidizando en el tiempo, vamos cayendo y quedándonos en las “zonas de confort” y perdiendo esa plasticidad natural de nuestra juventud. Tendremos que hacer cambios profundos en nuestros hábitos, incorporar en nuestra disciplina un entrenamiento permanente de la mente y del cuerpo, preocuparnos de mantener una buena alimentación y salud, etc.

La tecnología nos ayudará en este desafío probablemente dentro de las próximas décadas con el desarrollo de mecanismos de adquisición acelerada de habilidades y conocimientos que nos permitirán implantar en horas nuevas capacidades en el cerebro, lo que con los métodos actuales tomaría meses o una eternidad.

Desde ya, algunas de las nuevas habilidades que nos está exigiendo el actual cambio de paradigma incluyen:

         1) La capacidad de administrar la saturación informativa:
a.      La habilidad de búsqueda y filtro de información relevante
b.     La habilidad de síntesis
c.      La habilidad de intuir el camino en contextos de alta complejidad y exceso de información
         2)     La capacidad de interconexión y atención múltiple
         3)     La capacidad de toma de decisiones rápidas
         4)     etc

Aquéllos con la capacidad de administrar la saturación informativa tienen una ventaja enorme a la hora de informarse para tomar decisiones rápidas y efectivas. Aquéllos que no sepan cómo administrar la saturación informativa verán ralentizadas sus decisiones y perder efectividad y oportunidades. Al menos en lo que respecta a la búsqueda y filtro de información es probable que pronto la tecnología provea herramientas para pre-procesar grandes volúmenes en forma automatizada desde múltiples fuentes y entregarnos un compendio a la medida de nuestras prioridades, de nuestros intereses y agendas.

En el caso de la capacidad de interconexión y atención múltiple estamos hablando de palabras mayores. De acuerdo a Carr el sólo hecho de estar enfrentado a la Internet está produciendo estragos en el cerebro humano y nos está haciendo perder rápidamente otras habilidades que actualmente son importantes (está por verse si esas otras habilidades que perdemos por la exposición a Internet seguirán siendo importantes en el futuro). De todas formas, el desarrollo de las capacidades de interconexión y atención múltiple podría requerir otro entramado neuronal y hasta una mutación de nuestro cerebro (vía selección y evolución social).

Por otro lado, es posible que haya una parte importante de la sociedad que reaccione a la singularidad tecnológica aislándose y renunciando al progreso, aglutinándose geográficamente en comunidades autosustentables y anti-progreso, que no estarán dispuestas a aceptar la vorágine que significará la singularidad tecnológica en sus vidas. Estas comunidades representarán el sentimiento de muchos y nos podrían eventualmente arrastrar a una segunda “Edad Media”.

Un tercer camino, intermedio, poco popular y difícil de llevar a la práctica (aunque sí lo vemos en varias naciones actualmente), sería proactivamente ralentizar el avance tecnológico y, a través de la introducción de regulaciones y controles, forzar la generación de intervalos entre los mindsteps para dar tiempo a la sociedad de adaptarse, evitando así la singularidad tecnológica y el estrés que ésta puede acarrear.

5.     Conclusiones

Existe bastante evidencia que respalda la teoría de que estamos ante un gran cambio de paradigma en la historia de la humanidad y que, además, nos aproximamos aceleradamente a la “singularidad tecnológica” de G Hawkins, donde nuevos grandes cambios sucederán cada vez más frecuentemente y sin intervalos, sin dar tiempo a la humanidad para adaptarse.

No puede la humanidad, como lo ha hecho hasta ahora, seguir dejándose “llevar por la corriente” del desarrollo sin reaccionar, sin actuar proactivamente para entender, prepararse y tomar el control de lo que se nos viene, de nuestro destino.

Cual sea el camino que finalmente decidamos seguir, el mundo debe darle más relevancia y foco a este debate y generar un plan y una recomendación para todas las naciones. El mundo que heredaremos a nuestros hijos y nietos depende fuertemente de lo que seamos capaces de preparar, anticipar y prevenir ahora.