La repentina y evidente obsolescencia en que
han ido cayendo una a una diversas y tradicionales instituciones antaño
respetadas, tanto en el país como en el exterior, y su creciente pérdida de
sentido y de valor para una sociedad rápidamente empoderada por profundos y
democratizadores cambios tecnológicos, han dejado al descubierto la presencia y
la existencia de estas instituciones más como estorbos que como servidores de
la sociedad, más como reliquias que como motores de cambio, más como problemas
que como autores y líderes ágiles de soluciones oportunas y satisfactorias para
esta ciudadanía atónita y cada vez más impaciente frente a la brutal desnudez
de las ineficiencias, de las inequidades, de las brechas y también de las
oportunidades que el amplio acceso a la tecnología está erigiendo ante sus ojos.
Al mismo tiempo y
como reacción natural de toda organización no acostumbrada a la obligada
adaptación evolutiva que en otros ámbitos les exigirían la libre competencia y
el empoderamiento de sus clientes, para quienes debieran existir y justificarse
diariamente, estas instituciones, que otrora sustentaban su valor y su poder
monopólico en la ventaja insuperable que les otorgaba la asimetría de la
información y del conocimiento, en varios casos protegida además por
regulaciones creadas antes de la era de Internet, van poniendo en escena el
patético y suicida espectáculo de quienes, sin entender ni abrazar el cambio
disruptivo del contexto, luchan por su propia supervivencia y prolongación en
su forma actual, en statu quo, en vez de luchar por servir mejor a la ciudadanía
a la cual, en este caso, deben su existencia.
A modo de ejemplos
podemos mencionar algunos pedestres y locales, como las notarías, que parecen
haber congelado el tiempo abduciéndonos a una experiencia setentera de
burocracias con olor a naftalina (al menos yo no dejo de entrar en
desesperación cada vez que vivo el déjà vu; no
imagino el desconcierto de un veinteañero de la era Internet sometido a dicha
experiencia), pasando por otros ejemplos contundentes como el sistema
educacional, hasta llegar a la mismísima y respetada medicina (esta última da
por sí sola para otra columna).
Pero en los
últimos tiempos el más patético de los ejemplos en Chile lo han estado
brindando algunas instituciones políticas (los partidos, el congreso, etc). Un
decadente espectáculo de luchas de supervivencia personal y organizacional, de
quienes anteponen su interés por el poder para la subsistencia por sobre los
intereses de sus principales clientes: los ciudadanos. Ésta es la más fuerte
evidencia de instituciones obsoletas, que no están cumpliendo los objetivos que
la ciudadanía les encargó, sino a las que sólo les interesa mantenerse en el
tiempo. Esto es el fenómeno de “homeostasis institucional” (he tomado
prestado el concepto de “homeostasis” de la biología, donde se utiliza para
referirse al “conjunto de fenómenos de autorregulación, que conducen al
mantenimiento de la constancia en la composición y propiedades del medio
interno de un organismo” <http://lema.rae.es/drae/?val=homeostasis>).
La homeostasis institucional en el caso de la política y en la era de Internet
es tremendamente delicada, pues la ciudadanía ya no es ciega a las verdades,
presencia todo el “reality” en línea, es cada vez más impaciente y en este tema
particular se está jugando su presente, su futuro y el de sus hijos.
Si tenemos algo
más que pedir prestado de la biología para este análisis, es el hecho de que la
supervivencia de las especies ante cambios considerables de contexto sólo ha
sido posible a través de mutaciones que les han permitido evolucionar
cualitativamente, adquiriendo nuevas formas y habilidades fundamentales para el nuevo contexto y para sobrevivir al duro proceso de selección natural, dejando atrás las formas que
garantizaron la supervivencia en el pasado.
¿Cuánto habrá que
esperar para que las instituciones políticas sufran esa mutación y evolucionen? Al parecer la homeostasis institucional impedirá que esto suceda voluntaria y
conscientemente desde adentro de las mismas organizaciones políticas. La
semilla de la mutación surgirá del lugar menos esperado, probablemente se está gestando
hace un tiempo.
Como ciudadanos
debemos estar atentos y despiertos, debemos asumir con responsabilidad nuestro
deber democrático y usar todas nuestras facultades para distinguir la paja del
trigo, para ser los protagonistas de ese proceso de "selección natural" y buscar y descubrir esas pocas semillas que finalmente permitirán renovar la
siembra para producir la nueva fruta necesaria para los nuevos tiempos. Hago un
especial llamado a los jóvenes, que son los que más se están jugando en esto y
que han crecido en un país de mucho más bienestar que el de sus padres, por lo que fácilmente
pueden caer en la tentación de pensar que "da lo mismo" quién sea el
que ostente el poder político. Y ahora como nunca antes, la tecnología nos ha
empoderado de tal manera que cualquiera de nosotros puede ser esa semilla de
cambio.
No he pretendido
aquí dar las respuestas, sino que primero invitar a la reflexión, al
diagnóstico y luego a la participación responsable y a tomar el control de
nuestro futuro, a generar un debate inteligente, informado y respetuoso, de
manera que cambiemos la forma de hacer las cosas, para heredar a nuestros hijos y nietos un país mejor que el que nosotros recibimos de nuestros padres.
Definitivamente ¡no da lo mismo!