Y es que me atrapó Ted (dirigida y coproducida por Seth Mac Farlane) -había oído y leído uno que otro
comentario de que la película era divertida pero un
poco freak-, que si bien al principio
me pareció algo banal y vulgar (¿qué de bueno puede hacer un oso de peluche
como protagonista de una película para mayores?) al poco rodar me fue llevando
hacia una metáfora que podría ser el mensaje consciente o la intuición
inconsciente pero sensible del representante de la inflexión de una era, de una
nación que empieza a vivir los síntomas de la natural decadencia que sigue a
todo apogeo.
Sí pues, en mi delirante metáfora el oso de peluche, Ted,
no es más ni menos que el "sueño americano", ese sueño que se gestó
en la infancia ingenua, optimista, llena de fe, de buenas intenciones y de
energía, de una nación cuyos valores fundacionales y cuyo crecimiento, éxitos y
liderazgo, para bien o para mal, fueron ejemplo, inspiración y esperanza para
muchas otras naciones y para millones de seres humanos en el mundo
contemporáneo.
Pero el niño, John Bennett, que representa esa nación,
inevitablemente crece, se hace adulto, al menos corporalmente, y con él crece
también su inseparable peluche Ted, quien adquiere todos los vicios de un
adulto licencioso acostumbrado a una vida que se le dio demasiado fácil. A su
inseparable dueño los comportamientos y las tentaciones a las que lo invita su
hedonista mascota le empiezan a pasar la cuenta y a complicar la vida, le
impiden madurar, asumir responsabilidades, desarrollar un trabajo y mantener
una relación de pareja...Pero siguen siendo uno para el otro, crecieron el uno
para el otro, no se imaginan la vida de otra forma.
Un día un poco escrupuloso y envidioso ciudadano -que en
mi metáfora de las alturas suboxigenadas representa a la pujante e imparable
China- ya venía "echándole el ojo" a Ted hace buen rato, intenta
arrebatarle a John su mascota y en un forcejeo de película el pobre peluche
termina partido en dos...muere la mascota, mueren esos sueños de infancia,
muere la amistad incondicional, la esperanza...muere el sueño americano, secuestrado por esa China que surge a
todo vapor, que quiere ser al menos en lo material como a quienes al parecer
más admira (se proyecta que el 2016 la economía
china superará en tamaño a la de EEUU, acabando con más de un siglo de
supremacía norteamericana).
Hasta aquí la metáfora me tenía completamente atrapado.
Lo que sucedió a continuación en la película fue altamente decepcionante, digno
del que no quiere enfrentar la realidad y no acepta que las cosas han cambiado
para siempre, y que, por lo tanto, no entiende que la supervivencia no está en
aferrarse a los sueños del pasado que nos trajeron prosperidad, sino que,
llegado el momento, en ser capaces de crear nuevos sueños que nos vuelvan a
inspirar, nos llenen de energía y fe y nos hagan sacar lo máximo de nosotros
mismos en los nuevos tiempos, en el nuevo contexto, en el nuevo paradigma.
Un final de Hollywood que no venía al caso (perdonen los
que no la han visto: Ted termina resucitando después de un duro y triste
velorio y de los incansables ruegos metafísicos de la novia de Bennett); un muy
mal final para una película que podría haber dejado una propuesta poderosa para
los tiempos que corren en la nación del norte. Pues la realidad es que ya no habrá más final de Hollywood para los EEUU. Más le vale al país que ha marcado indeleblemente el curso de la historia del último siglo, que ahora empiece a reinventarse y a crear un nuevo
sueño para sus ciudadanos, ajustado al nuevo contexto mundial, o terminará cayendo en una espiral
dolorosa e irreversible de deterioro creciente que durará décadas.
Y luego de esta gran decepción, cuando ya el piloto anuncia el descenso, me quedo pensando que a nosotros, como individuos, nos pasa lo
mismo que a las naciones, a las empresas y a las organizaciones en general: llegando a la medianía de nuestras vidas,
aunque sea en el apogeo y en la prosperidad, o nos reinventamos o quedaremos flotando a la deriva
sobre los océanos de la historia, siendo más temprano que tarde inevitablemente
arrastrados a la orilla por los imparables vientos y las constantes olas de los
nuevos tiempos...
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